Buenas, ¿cómo estás? Tanto tiempo.
Pasaron largos meses desde que te envié el último correo. Pensé que la razón de mi ausencia se debía a que no sabía qué contarte, que la vida con su ritmo me estaba llevando hacia otros lugares. Después me di cuenta que lo que me estaba pasando era otra cosa, mucho más profunda. Estaba bloqueada. No me di cuenta hasta la última semana del año. Tengo mucho miedo. El miedo, muchas veces, paraliza.
Es que siento que cualquier cosa que diga acá es irrelevante dado el contexto que nos toca vivir en Argentina. Peor: es superficial. Es innecesario. Es poco empático. Hay una parte de mí que me dice “Quién sos, Macarena, para gastar tu tiempo y el de los demás en libros ilustrados y boludeces lindas”.
Entonces me encontré con el libro del comienzo y al llegar al final me largué a llorar. Porque hoy en día hay un Fausto que puede vender nuestras montañas a quien le plazca. Que así como hay un Fausto hay miles de Faustos que de repente ven validados sus discursos llenos de odio y preconceptos erróneos. Pero también entendí que mi creatividad es ese mar. Mi creatividad me da alegría y me sana y me hace sonreír y eso no le pertenece a ningún Fausto. Recordé que Parsimonia también va de compartir esas sonrisas que hoy más que nunca no son superficiales ni innecesarias ni poco empáticas.
Así que acá estoy, deseándonos un 2024 con la mayor paz que podamos encontrar. Mi propósito es ser tan mar como pueda.
Un abrazo inmenso. Gracias por estar siempre ahí,
Maca